lunes, 17 de mayo de 2021

Medina Azahara: la ciudad brillante

Mutamid, acompañado por sus cortesanos, realizó una excursión a un lugar que se hallaba situado a cinco kilómetros al oeste de Córdoba. Allí se extendía un inmenso campo de ruinas en el que las lagartijas se perdían entre muros que antaño habían cubierto estancias palaciegas. Al-Mutamid y los suyos “treparon por las estancias altas […] Se sentaron sobre tapices primaverales cubiertos de flores. Bebieron copas de vino y pasearon por el lugar, disfrutando, pero también reflexionando sobre la vida”.

El lugar se prestaba a ese tipo de meditaciones: apenas setenta años atrás se alzaba allí una ciudad rebosante de vida y de esplendor que, sin embargo, fue destruida durante las luchas que acabaron con la dinastía de los Omeyas en al-Andalus. Conforme la vegetación invadía los antiguos palacios, la memoria del emplazamiento también acabó borrándose. En época cristiana, el lugar sería conocido como “Córdoba la Vieja” y la opinión más extendida afirmaría que allí había existido una ciudad romana.

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La Casa de los Visires era un enorme edificio basilical compuesto por cinco amplias naves longitudinales y una transversal, separadas por arquerías. Se cree que aquí esperaban las embajadas antes de ser recibidas por el califa.

Fue sólo a finales del siglo XIX cuando textos recuperados de las antiguas crónicas árabes confirmaron que el enclave situado a poniente de Córdoba se correspondía con Madinat al-Zahra (Medina Azahara), la ciudad que el califa omeya Abderramán III había ordenado construir en torno al año 936. Todavía eran visibles allí innumerables restos y ello permitió en 1911 dar comienzo a unos trabajos arqueológicos que, con distintas alternancias, han continuado durante el último siglo. Mil años después de su destrucción, Madinat al-Zahra ya no es la orgullosa capital del califato omeya, ni tampoco un paraje poblado por evocadoras ruinas, sino un conjunto arqueológico estudiado atentamente por generaciones de investigadores que han sacado a la luz los restos de una ciudad de 112 hectáreas, de las que sólo un tercio han sido excavadas.


LA FISONOMÍA DE LA CIUDAD

Para conocer Madinat al-Zahra es necesario dejar a un lado las muchas leyendas que los autores árabes trenzaron sobre la ciudad. Leyendas que hablan de una favorita del califa Abderramán III, a la cual éste habría dedicado su construcción, de estanques de mercurio que producían mágicos efectos ópticos, o de pabellones cubiertos por tejados de oro. Nos dicen más cosas y más certeras los mismos restos materiales. Para empezar, su emplazamiento no fue fruto del capricho: Madinat al-Zahra se encuentra en el lugar exacto en el que la montaña penetra en el valle del Guadalquivir, lo que permitió a sus planificadores diseñar un sistema de terrazas en el que las zonas más altas correspondían a la residencia del califa y a las salas de audiencias, mientras que las más bajas se destinaban a la ciudad propiamente dicha.

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El Salón Rico del califa fue levantado entre 953 y 957. Este refinado salón estaba destinado a las recepciones.


El conjunto estaba unido a Córdoba por tres vías que salvaban pequeños arroyos mediante grandes puentes que todavía subsisten –como el de los Nogales–, mientras que un complejo sistema de canalizaciones aprovechaba parte de la antigua infraestructura romana para derivar conducciones nuevas, como el acueducto de Valdepuentes.

De las canteras locales de Santa Ana de Albeida se extraía la piedra arenisca utilizada para las construcciones

Todas las construcciones de esta ciudad están realizadas con una piedra arenisca similar a la empleada en la mezquita de Córdoba. Su procedencia es local, concretamente de las canteras de Santa Ana de Albeida, situadas al norte de Córdoba, y en ellas todavía son visibles las huellas dejadas por la extracción de los sillares luego empleados en las construcciones de la ciudad de Abderramán III. El mármol blanco, procedente de Estremoz (Portugal), aparece en columnas y capiteles que revelan la extraordinaria maestría de los artesanos califales, capaces no sólo de labrar exquisitos detalles de decoración vegetal, sino también de incluir inscripciones en árabe con bendiciones al califa o menciones a los encargados de la construcción.

El mármol –o más raramente el alabastro– también aparece en pavimentos de las estancias más destacadas –e incluso en alguna letrina–, con losas de grosor y tamaño impresionantes. En otras zonas se empleó un tipo de caliza violácea, también de procedencia local, que ofrecía un exquisito contraste con los muros estucados en blanco y con decoraciones en color rojo almagra. Si a todo ello se unen las zonas ajardinadas, las fuentes, los estanques y la profusa decoración de atauriques (arabescos) con interminables motivos vegetales podremos entender por qué algunos autores árabes llegaron a afirmar que se trataba de una de las ciudades más espléndidas jamás construidas por el hombre.


LA ORGANIZACIÓN DEL ALCÁZAR

Gracias a los arqueólogos sabemos qué función tenía cada uno de los espacios que forman el alcázar (recinto fortificado). No hay duda, por ejemplo, de que en la parte más alta de la ciudad se situaba la residencia del califa, la llamada dar al-mulk o “morada del poder“. Aunque hoy muy arrasada, aquí se alzaba una gran vivienda, posiblemente con un espacio para el harén, en el que una terraza dominaba toda la ciudad que se extendía hacia el valle del Guadalquivir.

Los restos arqueológicos del alcázar de Madinat al-Zahra confirman que, aparte de la casa del califa, sólo existían allí otras dos viviendas de prestigio: la de su primogénito y sucesor, el futuro al-Hakam II, y la del personaje más poderoso de la administración, Yafar al-Siqlabi, un eunuco que manejaba todos los resortes de la maquinaria burocrática del Estado. Los demás hijos del califa vivían en Córdoba, apartados de la política.

El resto del sector occidental del alcázar estaba destinado a gentes y espacios dedicados al servicio o a la guardia de estos personajes. Ello explica, por ejemplo, el horno existente en una zona dedicada a la manipulación de alimentos o el cuerpo de guardia situado estratégicamente en pleno corazón del alcázar.

Madinat al-Zahra fue concebida también como un gran escenario para la representación del poder del califa. Cuando llegaba una embajada extranjera, accedía a la ciudad a través de una puerta triunfal formada por ocho grandes arcos y situada a levante. Franqueada esa puerta, soldados y multitud de sirvientes acompañaban a los recién llegados a través de un dédalo de callejuelas interiores que les conducían a las salas de representación y de reuniones solemnes que se encontraban en la parte oriental del alcázar. Otro de los primeros edificios que veían los recién llegados era la mezquita principal –había al menos dos más en otras zonas de la ciudad–, perfectamente visible por su minarete y por su inequívoca orientación hacia el sureste, mirando hacia La Meca.

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Este tipo de capitel, de mármol y con decoración vegetal, es una variación del corintio y es típico de los talleres de Madinat al-Zahra.

El lugar principal del alcázar de Madinat al-Zahra lo ocupaba el salón Rico, un gran espacio que se abría a un estanque y a un enorme jardín en cuyo centro se elevaba un pabellón de recreo. El edificio que vemos hoy en día es una reconstrucción muy fiel realizada por el gran arqueólogo Félix Hernández en la década de 1940, a partir de los restos originales encontrados en la excavación.

El salón consta de tres naves cubiertas con arcos. La bella decoración de sus muros contiene motivos vegetales aparentemente idénticos, pero que, estudiados en detalle, resultan ser todos diferentes. La fachada también estaba decorada –como revelan estudios recientes–, y ello daba al lugar un carácter muy especial al presentarse como continuación de la vegetación del jardín y el estanque contiguos.


LOS FASTOS DE AL-HAKAM II

Aquí tenían lugar las grandes recepciones a las que tan aficionado era sobre todo al-Hakam II (961-976). El califa se situaba en el centro del salón rodeado por los grandes personajes de la corte, mientras se abrían las grandes puertas que daban al jardín, en cuyos andenes se alineaban en pie otros dignatarios dispuestos con sumo cuidado de acuerdo a su rango; los más poderosos eran los más cercanos al califa, y los más alejados eran los inferiores.

El protocolo contemplaba tanto el saludo al propio califa como interminables discursos y largas composiciones poéticas

El protocolo era muy estricto y contemplaba tanto el saludo al propio califa como interminables discursos y largas composiciones poéticas que rivalizaban por ensalzar al soberano hasta el paroxismo: “Viniste al mundo con tan buena estrella, que contigo el progreso hace olvidar un año por el próximo“, llegó a decirle un poeta a al-Hakam II en una de esas recepciones.

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Bote de marfil del príncipe al-Mughira procedente de Madinat al-Zahra. Siglo X. Museo del Louvre, París.

A la muerte de al-Hakam II, estas recepciones empezaron a abandonarse. Su hijo y sucesor, Hisham II, accedió al poder de forma irregular, pues era todavía un niño y la ley musulmana prohibía taxativamente el nombramiento de un menor como califa. Los grandes dignatarios de la corte comenzaron a rivalizar para hacerse con el poder. Éstas fueron las circunstancias que cimentaron el ascenso del célebre Almanzor, quien pronto convirtió a Hisham II en una figura decorativa, mientras él mantenía el control efectivo del Estado. De hecho, Almanzor decidió construir una ciudad palatina propia, Madinat al-Zahira, situada a occidente de Córdoba y que hasta la fecha no ha podido ser localizada.

Eclipsada por su nueva rival, Madinat al-Zahra se convirtió en la carcel dorada de Hisham II, en la que el joven califa vivía entregado a sus placeres y de la que apenas salía más que en ocasiones muy señaladas. La ciudad quedó así fosilizada en torno a un califa que era la sombra de un califa, y una administración que ya no administraba nada. En ese tiempo marcado por el dominio de Almanzor, en torno al año Mil, lo que nadie podía sospechar, sin embargo, era que los días de la ciudad y del propio califato omeya estaban contados. – Fuente>>


Museo de Medina Azahara

El Centro de Interpretación de Medina Azahara fue inaugurado el 9 de octubre de 2009 en la ciudad de CórdobaEspaña, por la reina Sofía tras cuatro años de obras.​ Tiene como objetivo dotar al yacimiento arqueológico de Medina Azahara de unos servicios acordes a su importancia histórico-artística. El centro se encuentra a unos 800 metros del yacimiento.

En su interior tienen cabida usos tan diversos como la recepción de visitantes, la restauración de piezas arqueológicas, un auditorio, espacios adecuados para el almacenamiento de restos arqueológicos del propio conjunto, oficinas de investigación histórico-artística, una biblioteca para estudiosos, una cafetería, tienda de libros relacionados con el yacimiento y el arte musulmán, y una zona expositiva donde se exponen las piezas más espectaculares del yacimiento, después de que muchas de ellas, como la famosa cervatilla de Medina Azahara, hayan sido trasladadas desde el Museo Arqueológico de Córdoba.

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